Como os contaba en el post anterior, gritar no funciona, sólo hace que las cosas se salgan de control.
Cuando grito a mis hijos y obedecen, no lo hacen porque hayan aprendido,
sólo consigo que acaten órdenes. Incluso gritando, muchas veces tampoco consigo
que hagan caso, porque se acostumbran a que les grites y te escuchan aún menos.
¿Pensáis que los gritos son el reflejo de nuestro fracaso como padres
y educadores? Yo creo que en cierta manera sí, pues muestran que estamos desbordados
y no sabemos cómo actuar.
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Pero el problema
no son sólo los gritos. A veces sin gritar decimos cosas que no deberíamos
decir, sin darnos cuenta del daño que les hacemos (a cualquier edad, pero sobre
todo cuando son pequeños). Somos violentos verbalmente, les insultamos, les amenazamos,
les menospreciamos o les ignoramos. Esto, aunque suena duro decirlo, es
maltrato psicológico, y lo hacemos más de lo que creemos. Pegar está mal visto,
pero decir a tu hijo “eres tonto”, “eres un vago”, “no haces nada bien”, etc. deja huella en su personalidad. Podéis
leer este artículo: Los gritos también dejan huella en la personalidad de los niños.
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No voy a decir que no
gritar es fácil, pero creo que se puede. Seguramente en este “camino sin gritos” alguno se escape de
vez en cuando, a veces puede ser irremediable y justificado, pero lo que no
puede es convertirse en algo habitual.
Hay que conseguir ser creativo y buscar alternativas y
estrategias.
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Todos conocemos a algún padre o madre
que nos gusta cómo se relaciona y trata a sus hijos, que muestra gran paciencia
y que nos hace pensar "me gustaría
ser como él". Preguntémosle cómo hace o pasemos más tiempo con ellos
para aprender.
Y yo, ¿qué puedo hacer?
1. Elige 2. Arriesga 3. Cambia Pixabay |
Lo primero que debemos hacer es ser
conscientes de que queremos cambiar. Por eso debemos comunicárselo al resto de la familia, incluidos
los niños. Así podrán ayudarnos a calmarnos en los
momentos en que comiencen nuestros enfados.
A mis hijos les he pedido que cada vez que
mamá comience a enfadarse mucho vengan a abrazarme. Así me doy cuenta de lo
mucho que nos queremos y de que no quiero ser un mal ejemplo para ellos. Cuando
las cosas que tienen que hacer son rutinarias,
les digo que (como saben lo que tienen que hacer, no son sordos y entienden lo que mamá les dice) mamá
sólo va a repetir las cosas una vez. No es necesario repetirlas ni llegar a los
gritos. Así, cuando les he pedido algo y todavía
no lo han hecho, empiezo a contar hasta
tres en voz alta, dándoles tiempo para que se pongan a hacerlo.
Pero si aun así me
dan ganas de gritar cuando mis hijos no escuchan o no obedecen, paro un
segundo, respiro profundo, y pienso que sólo tiene 2 años (o los que sean), que
solo es un niño y que seguramente no lo hace aposta. A veces se puede necesitar
ir a otra habitación un momento a recuperar la calma. Podemos pensar que “por lo menos” ha sido eso y no otra
cosa, que podía haber sido peor, como cuando tira toda la bolsa de cereales por
el suelo porque quería echárselos solito. “Por
lo menos” sólo ha sido eso, quería ayudar y ser mayor. Es
mejor ayudarles a barrer los montones de cereales que cubrían el suelo en vez
de lanzarles un grito exasperante.
Otra cosa importante es ponerse a su altura para hablarles. Siempre es mejor cuando la
gente que nos habla nos mira a los ojos y no desde arriba: arrodillémonos para
hablarles a su altura, mirémosles a los ojos, y no les digamos las cosas a
gritos desde otra habitación.
Una cosa que se me ocurre, pero que no he
puesto en práctica, es usar un silbato
cada vez que no podamos más y queramos gritar (tipo Sonrisas y lágrimas).
Aunque puede resultar algo atronador y militar.
Para saber cómo
vamos consiguiendo nuestro propósito podemos llevar un cuaderno donde vamos anotando si gritamos y qué nos hace
gritar para empezar a identificar los motivos. Para mí es más sencillo hacer un calendario en el que voy poniendo puntos de colores
como un semáforo que me indica los días que no grito (verde), los días en los
que hay algún grito, pero controlado y consciente (amarillo) y los que exploto
sin mesura (rojo). Si lo ponemos en un lugar visible iremos viendo nuestros
progresos.
Y es fundamental intentar descansar, dormir bien, hacer ejercicio, cuidar la relación con mi
marido y con los amigos y relativizar, es decir, no todo tiene que estar
perfecto.
Cuidar de mí no sólo me ayuda
a no gritar, sino también me hace disfrutar más de la relación con mis hijos (y con mi marido), ser más amorosa y estar más feliz.
Y siempre, pedirles perdón. Pedir perdón no nos quita
autoridad, muestra que mamá y papá también se equivocan, que estamos
aprendiendo, que realmente nos importan y que queremos quererles bien. Además
damos ejemplo y les enseñamos a pedir perdón y a perdonar.
Aunque a veces grite más de lo que debo o quiero, ser consciente de ello
y comunicárselo a mis hijos hace que ellos me muestren su amor y
su comprensión.
Quiero que mis hijos sigan pensando que soy la mejor madre del
mundo y que les quiero y estoy con ellos siempre, hasta cuando se equivocan.
¿Te animas a dejar de gritar? Nunca es tarde para intentarlo. La convivencia será mejor y ellos te lo agradecerán.
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