Hoy
quería contaros sobre mi nuevo propósito.
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Últimamente
siento que me he convertido en una gritona. Yo nunca había sido así,
consideraba que tenía bastante paciencia, pero cada día me cuesta más
encontrarla y la poca que tengo la pierdo con facilidad. Nadie ha dicho que
tener 3 niños pequeños sea fácil, pero a veces me siento lejos de ser la madre
amorosa y comprensiva que quiero ser para ellos. Creo que el hogar debe ser un
lugar de paz, en el que dé gusto estar, y no el sitio al que no quieres llegar
porque no se hace más que regañar y gritar.
He de
decir que no es que haya llegado a un punto preocupante, pero no quiero que se
convirtiera en la dinámica diaria de la relación con mis hijos. No quiero
educarles ni tratarles así. A mí no me gusta que otras personas me griten ni
sean irrespetuosas conmigo, por eso yo no trato así a los demás.
¿Por qué entonces dentro de casa y con los niños a veces exploto?
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Es cierto que, como dice el dicho, donde hay confianza da asco,
porque puedes ser tú mismo y sacar lo mejor y lo peor de ti. Pero eso no
justifica ciertos comportamientos. Mis hijos son mi público más importante. Son
esponjas que aprenden, sobre todo, lo que ven y como les tratamos.
¿Qué hacen mis hijos para que yo pierda tanto la paciencia?
¿Por qué me pasa algunas veces y otras no?
No
hacen nada que no hagan habitualmente, realmente no son cosas graves que
supongan una crisis familiar: derramar el vaso de leche en el desayuno, romper
algo, dejar todo desordenado, ser “cabezotas”,
no escuchar lo que les pides que hagas y, por supuesto, no hacerlo nunca a la
primera…
Mi
problema es la pretensión de querer que sean como yo quiero y que hagan lo que
yo quiero de la manera que yo lo haría.
Al igual que yo, mis hijos tienen días buenos y días
malos. Son
niños que todavía están aprendiendo, están creciendo. Las cosas que hacen son
cosas de niños, descuidos, percances, la mayoría de las veces no intencionados.
Cometen fallos igual que yo. Y si yo, que soy adulta, no siempre sé controlar mi
carácter, mi genio y mis gritos, ¿cómo lo van a hacer ellos que todavía están
aprendiendo? Mis hijos son personas independientes a mí, que tienen su forma de
ser y su carácter. Quizás no pueda controlar todas sus acciones ni reacciones,
pero sí puedo controlar las mías. Lo
bonito es poder ayudarnos mutuamente y aprender juntos.
Identifico
claramente mis épocas comprensivas y pacientes de las que me sale el grito
fácil y descontrolado.
¿Cuáles son las épocas o momentos en los que estoy más
irascible?
Son
épocas en las que el cansancio, dormir mal, las obligaciones, los problemas
cotidianos, pensar todas las cosas que me quedan por hacer, el estrés, la
búsqueda de perfección, querer trabajar estando ellos en casa, las
distracciones como el móvil, esa época de mes, etc. hacen que la paciencia
escasee, quieras que molesten poco, hagan las cosas rápido y bien (vamos, como tú quieres) y que se vayan pronto
a dormir.
Me
doy cuenta que, la mayoría de las veces, yo soy el problema, no mis hijos,
porque entiendo que son niños y, en general, soy paciente y comprensiva. Pero
cuando te toca un hijo “persistente”,
quieren ser “mayores” y “hacer las cosas solitos” (¿no tenemos que favorecer su autonomía?), no hacen más que pelearse o chincharse o llevas 5 veces pidiéndole la
misma cosa (no
gritando desde la cocina, despacito, por las buenas porque es lo que toca hacer en ese momento)
y sigue sin hacer caso, algo dentro de mi (y supongo
que dentro de todos vosotros) no puede más y pega el grito de ¡¡¡TODAVÍA no te has vestido!!! o ¡¡¡qué te vistas YA!!! o ¡¡¡BASTA!!!
Gritar no está bien. Al
gritar se impide la comunicación y te distancias. Cuando controlas tus
reacciones te sientes capaz de reaccionar ante los descuidos de tus
hijos de una manera mucho más calmada, comprensiva y razonable. Tenemos que entender que a pesar
de ser pequeños merecen respeto igual que los adultos. Tratarles mal puede hacer que se sientan inferiores ahora y en el
futuro.
En el próximo post os cuento los efectos negativos que tiene para los niños gritarles y cómo voy a intentar dejar de gritar.
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